No podía pintar
Era 1941 y Francia era invadida por la Alemania nazi. Marchas militares en el Arco del Triunfo, soldados alemanes emborrachándose en los bares de París, la bandera del partido nacionalsocialista colgando del hotel Le Meurice.
Henri Matisse tenía 72 años y era un viejo triste y enfermo; hacía un año que se había separado de su esposa, la madre de sus hijos, y estaba recién operado de un cáncer intestinal que lo dejaría encamado unos meses, sin pintar. Eso era lo peor. No la invasión a su patria, ni la guerra, ni la incesante crueldad en el mundo, nada de eso importaba. No podía pintar.
La(s) Bestia(s)
El león no puede evitar matar a su presa. El tigre no se pone a contemplar la moralidad de sus acciones. El sabueso no se pregunta si la sangre de la presa que persigue está derramada en un patrón geométricamente armonioso ni si combinan los colores de las vísceras con el del suelo. Sólo persigue, rastrea. Esta es su naturaleza.
Matisse, que eventualmente dejó de pintar por una enfermedad, también empezó a pintar por una enfermedad. Una de las muchas contradicciones que lo conformaban como persona.
Era 1888 y Matisse estaba a la mitad de sus estudios para convertirse en abogado, pero una apendicitis lo dejó grave y postrado por largo tiempo. En 1890, aún recuperándose, su madre le regala pinceles y pinturas. Henri Matisse encuentra en la pintura, en sus palabras, “una especie de paraíso”. ¡Claro que era el paraíso! Después de estar atrapado en el laberinto de palabras y oraciones y puntos y comas e interpretaciones que es el estudio de la ley, encontrar una forma de expresión que no requiere de la palabra escrita debió haberse sentido como aprender a correr, como salir del agua después de mucho tiempo sumergido, como la primera palabra de reconciliación después de una larga y acalorada discusión.
Un año después de esta revelación, Matisse (como muchos de los grandes artistas) decepciona a sus padres y entra en la Escuela Julian bajo la tutela de Bouguereau. En 1892 se integra a la Escuela de Bellas Artes donde aprendería de Gustave Moreau.
Los siguientes años los dedica a viajar, animado por Camille Pisarro, y a consolidar más su estilo. Empieza a experimentar más con el color y es durante este período que Matisse se empezaría a convertir en el artista que recordamos hoy. Le deja de importar retratar la realidad tal como es y empieza a enfocarse en la emoción que le provocan sus sujetos.
En 1905, Matisse y varios de sus allegados exponen en el Salón de Otoño unos cuadros que escandalizarían a cualquier crítico apegado a la academia tradicional.
La famosa Raya Verde hace su aparición. Matisse pintó a Amélie, su esposa, con colores totalmente alejados de la realidad, la titular raya verde partiendo en dos la cara de Amélie, pero creando cierta armonía con el resto de los colores de la pintura. Tal vez no pintó a su esposa como era en realidad, pero ciertamente la pintó como la veía. Siempre jugando con los colores…
Había también en la exposición unas estatuas de Albert Marque que recordaban un estilo académico, renacentista. Al ver una obra tan elegante en medio de pinturas similares a La Raya Verde, Louis Vauxcelles, uno de los críticos más influyentes de la época, escribe en su reseña de la exposición: “Donatello chez les fauves”, es decir, Donatello entre las fieras. De ahí “fauvismo”, el nombre de la corriente que comienza Matisse y por la que se le conoce hasta hoy.
Las Musas
Amélie Parayre fue la esposa y la primera gran musa de Matisse. Madre de dos de sus hijos, pero no de su hija Marguerite, Amélie tuvo que soportar las extrañas relaciones que llevaba el pintor con sus musas que, aunque no eran físicas, siempre estaban cargadas de pasión e intensidad.
A lo largo de los años, Matisse trabajó con muchísimas modelos que lo ayudaron a desarrollarse como artista, avanzando hacia un estilo más sutil y dejando atrás el estilo fauvista del cual Amélie había sido parte fundamental.
Sí, eran extrañas sus relaciones con sus modelos. Lo que hacía Matisse era tomar todo deseo sexual, toda lujuria y plasmarla en el lienzo. Con todos sus colores, luces y sombras. Él decía que no había diferencia entre pintar y sentir; pero que el proceso de pintar desde lo más profundo de su alma lo llevaba al límite. Este mismo proceso es el que le permitió "hacer descubrimientos y destrozarse a sí mismo". Se entregaba totalmente a cada pieza, pero nunca encontró satisfacción en sus propios sentimientos, en su humana y por ende limitada naturaleza.
Pero no era pura lujuria, sino que había una pasión más profunda que la carnal: la de Matisse con la pintura misma. Muchas veces lo que está alrededor de la mujer en sus pinturas es más vibrante, colorido e interesante que el supuesto sujeto de la pintura.
En 1932, Matisse, ya con 63 años de edad y de salud delicada, necesitaba a una asistente. Lydia Delecstorskaya tenía 22 años y no tenía a donde más ir después de divorciarse de un muy breve esposo.
Al principio ni le interesaba el arte ni sabía quién era Henri Matisse, pero, con el paso de los años, el arte y, más específicamente, la obra de Matisse, se volvieron su razón de vivir. Es gracias a ella que mucha de su obra se encuentra en el Museo Hermitage en su natal Rusia.
Lydia fue ocupando cada vez más espacio en la casa de los Matisse y, aparte de cuidar del artista y de modelar para él, se hacía cargo de cosas que anteriormente eran responsabilidad de Amélie, lo cual llevó a ésta a darle un ultimátum a Matisse. Cual telenovela, le dijo a su esposo “o ella o yo”. Matisse eligió a su esposa, pero el daño ya estaba hecho y Amélie se fue. Matisse se quedó enfermo y al cuidado de Lydia mientras el resto de su familia se unía a distintas causas para apoyar al pueblo francés durante la guerra.
La Capilla
Viejo y enfermo, pero siempre pícaro, el artista publicó el siguiente anuncio en el periódico: El artista Henri Matisse busca enfermera nocturna, joven y guapa.
Monique Bourgeois era una excelente conversadora y una persona honesta (dos cualidades que Matisse llegaría a apreciar mucho), respondió al anuncio y se convirtió en un gran apoyo en las noches de insomnio del pintor, leyéndole libros o simplemente platicando con él. Le devolvió la sonrisa.
A lo largo de los años se hicieron grandes amigos, incluso la convenció para que modele para él, actividad que ella se mostraba reacia a hacer. Cuando la pintó, ella le dijo que la mujer en la pintura no se parecía a ella. La pintó unas cuantas veces más, siempre acercándose un poco más a su esencia.
Matisse se mudó de Niza a Vence, un pueblecito, y Monique se quedó en Niza a continuar sus estudios de enfermería, pero una tuberculosis hizo que su doctor la enviara a una casa de reposo de monjas dominicas… en Vence. Ahí, descubre que su vocación no era la enfermería, quería ser monja.
Habiéndose reencontrado con Matisse, le platica esta nueva vocación y Matisse, hombre para nada cristiano, intenta convencerla de que no lo haga. Que no era necesario, que la belleza de Dios estaba en otros lugares. Pero Monique lo tenía claro.
Para 1946, Monique ya no era Monique. Ahora era la hermana dominica Jacques-Marie, que fue trasladada por poco tiempo a otro convento, pero luego la regresaron a Vence.
La capilla, que en realidad era un garaje, era un lugar de esos donde había goteras cuando ni siquiera había llovido y que cuando había calor adentro hacía más calor y cuando había frío adentro hacía más frío. Una ruina vaya.
La hermana Jacques-Marie le explica a Matisse las condiciones de la capilla y le propone que él ayude al convento a redecorarla. Matisse, a pesar de su complicada relación con la religión, accede. Sería difícil conseguir que la madre superiora del convento acceda a que Matisse, artista conocido por sus desnudos y nada católico, se encargue de la remodelación de la capilla, pero gracias a la intervención del padre dominico Marie-Alain Couturier (personaje sumamente interesante y conocido impulsor del arte), Matisse y la hermana Jacques-Marie consiguieron el permiso.
Los siguientes cuatro años fueron de arduo trabajo. Matisse se encargaría hasta del más mínimo detalle, desde las casullas hasta los murales y vidrieras e incluso el altar y las puertas de madera. Todo sería diseño de Henri Matisse. Y no se parece a ninguna otra capilla en todo el mundo.
Matisse, que, al buscar inspiración en sus propios sentimientos, terminaba siempre con un lienzo lleno de vida, diseñó una capilla con una distintiva falta de color en los murales.
Nuestras propias experiencias son las que complementan a la austera decoración de la capilla y la vuelven lugar de consuelo y de reflexión. La cara de Santo Domingo está en blanco para que podamos ver nuestro reflejo en ella. Lo mismo con la Virgen, lo mismo con Jesús. Creo que no se atrevió a darles cara porque no sabía cómo sentirse con respecto a ellos. Estaba cerca de morir y nunca había sido religioso. La pintura había sido su religión, la tiranía de su propio sentimiento fue su guía durante mucho tiempo y solo lo llevó a la insatisfacción.
Se tomaba muy en serio a sí mismo y de una fuertísima introspección salían sus colores, pero a diferencia del resto de su obra, no hay visceralidad en la Capilla de Matisse, sino una espiritualidad primitiva. Al verse confrontado con la inmensidad, con el infinito, se confiesa vacío, sólo puede pintar líneas porque él solo no puede llenar esos espacios.
“La obra ha requerido cuatro años de un trabajo exclusivo y asiduo, y es el resultado de toda mi vida activa. La considero, a pesar de todas sus imperfecciones, mi obra maestra.” -Henri Matisse
Henri Matisse moriría el 3 de noviembre de 1954, a la edad de 85 años como uno de los artistas más famosos, reconocidos y celebrados de la historia.
Muchas gracias por leer, espero lo hayas disfrutado.